No hay que ser gurú electoral para saber que salvo contadas excepciones, en casi ningún país o coyuntura los temas de política exterior decantan una elección general. En la historia moderna de Estados Unidos, por ejemplo, cuento dos ocasiones, quizá tres si incluyo una elección intermedia, en las cuales lo externo y las relaciones internacionales jugaron un papel clave en determinar el resultado de los comicios. Y México no ha sido la excepción. Pero este 2 de junio debiera serlo. Cuando inicié hace exactamente diez años mi colaboración con esta página de Opinión, subrayaba mi particular preocupación por un país que tiende a mirarse el ombligo. Ahora, con una diplomacia secuestrada estos ya casi seis años por un presidente que como quinta columna, la mina un día y el otro también, tenemos un país que en el mejor de los casos, nada de muertito en el sistema internacional. Con el vandalismo diplomático y la negligencia profesional en el “manejo” de la política exterior por parte de López Obrador y los estragos que ha generado -sobre todo en Latinoamérica- su incontinencia verbal, sus ñoñerías y su profundo desconocimiento de la práctica diplomática y las relaciones internacionales, patentemente manifiestas nuevamente la semana pasada, lo que nos jugamos los mexicanos -y nuestra nación en el mundo- yendo hacia adelante es mucho.

La cita atribuida a Paul Valéry de que “el futuro ya no es lo que era” apenas captura la fluidez y la complejidad del sistema internacional en el que vivimos. Así como el mundo que conocieron nuestros abuelos estuvo determinado por la tensión entre democracia y fascismo y el de nuestros padres por la tensión entre capitalismo y comunismo, nuestras generaciones viven en un mundo caracterizado por la tensión entre sociedades abiertas y sociedades cerradas. La no polaridad, un mayor número de naciones que poseen y que están dispuestas a ejercer su poderío militar, económico, diplomático y cultural, y la multiplicidad de actores, sobre todo no estatales, hacen que el poder sea más difuso. La globalización y sus tensiones, la revolución tecnológica y la interconexión digital refuerzan esa difusión del poder. Y el nacionalismo chovinista resurge como factor definitorio tanto al interior de las naciones como en las relaciones internacionales. En muchos sentidos, la dinámica del sistema internacional del 2024 se parece más a la prevaleciente en 1914 en la antesala de la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, es evidente que el proyecto de nación –y la articulación de la política exterior como uno de sus pilares centrales- importa poco a la mayoría de los votantes mexicanos. Y ello en general se refleja por extensión en los postulados y propuestas de campaña. Sin embargo, la mejor política exterior no es la que no existe. Y el momento por el que atraviesan México y el sistema internacional exige una articulación sopesada y sofisticada de la vasta gama de temas de política exterior que deben figurar de manera prominente en las plataformas electorales y los debates. Dado lo que a estas alturas debiera ser meridianamente claro para todos acerca de quién es Donald Trump, ¿cómo blindamos la relación bilateral con EE.UU si éste regresa al poder y cómo activamos un Plan B eficaz en la relación y para la postura norteamericana de México?

¿Cómo debe posicionarse México para defender un sistema internacional de siglo XXI basado en reglas y cómo abonar a los bienes públicos globales? ¿Cuál debe ser nuestra postura ante la erosión de la democracia liberal y los derechos humanos en nuestra región y en el mundo? ¿Cómo articular y proyectar nuestro poder suave y nuestra megadiversidad biológica para avanzar nuestros intereses y de paso mejorar la imagen, credibilidad, reputación -hechas añicos- y las percepciones de México en el exterior? ¿Podemos aportar a apagar focos rojos regionales o la amenaza latente de una nueva espiral armamentista y de proliferación nuclear? ¿Realmente estamos dispuestos a impulsar un México global o más México en el mundo y más mundo en México? Eso conlleva recursos, recursos reales que no hemos canalizado -desde hace sexenios- a fortalecer nuestra huella diplomática, revirtiendo de paso el lamentable uso en éste, como nunca antes, del Servicio Exterior Mexicano como moneda de cambio política. Churchill apuntó que la razón por la cual se mantienen relaciones diplomáticas no es para extender elogios sino para obtener beneficios. “Llevarse bien” con todo el mundo no es una estrategia de política exterior. Diplomacia es, entre muchas cosas, saber calibrar riesgos, y una diplomacia libre de riesgos suele ser una diplomacia libre de resultados. Pero México no puede confrontar el futuro de su inserción en el mundo con el pasado, ignorando los cambios que se han dado en nuestro país y el mundo desde el deshielo bipolar, con actores no estatales -sociedad civil, ciudades o empresas- jugando un papel tan relevante como el del Estado en el actual sistema internacional. Hoy, y en esta campaña, soslayar lo que ocurre en el exterior conlleva riesgos. Parafraseando a Von Humboldt, la visión más peligrosa del mundo es la visión de quienes no ven el mundo.

Con esta reflexión, que inicié en abril de 2014 con la generosa invitación que me hiciera en ese momento El Universal a colaborar quincenalmente como columnista, cierro un ciclo. Esta será mi última contribución regular en este periódico. No tengo más que un profundo agradecimiento por este espacio que me permitió acompañar a muchas otras grandes plumas de la página de Opinión, y expreso de paso mi amplio reconocimiento al periódico por haber buscado incorporar en ella los temas de la agenda internacional que tanto impactan a México. En particular quiero subrayar que he gozado de la absoluta libertad para el ejercicio de la opinión y la crítica en estas páginas; a pesar del actual contexto lamentable y preocupante de hostigamiento, censura, ataque, descalificación y presión que se vive desde el atril presidencial y que los medios hoy enfrentan, jamás se me pidió escribir en un sentido u otro o se buscó acotar lo que escribía y opinaba aquí. Mi más sincero reconocimiento y gratitud a la dirección del periódico, y les agradezco a ustedes, lectores, el haberme acompañado a lo largo de una década en esta página del Gran Diario de México.

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